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Entre la magia y los misterios: la cara oculta de Hécate

En este artículo Mario Agudo Villanueva profundiza en la figura de Hecáte a través de fragmentos de autores clásicos claves para su comprensión.


Hécate ha pasado a la posteridad como la señora de las sombras, de la magia y de los hechizos. Su culto goza hoy en día de renovada vitalidad en el entorno del neopaganismo y la wicca, pero la raíz de sus oscuros atributos se remonta a época clásica, a las tragedias de Eurípides –Medea (431 a.C.), Hipólito (428 a.C.), Las Troyanas (415 a.C.) y Helena (412 a.C.)- o a la epopeya Argonáuticas, de Apolonio de Rodas, donde Medea -sacerdotisa de la diosa- ayuda con sus conjuros a Jasón. Desde entonces, podemos seguir su siniestro rastro en diferentes fuentes antiguas hasta llegar a su punto culminante, los Oráculos caldeos y los Papyri Graecae Magicae, recopilados en la tardo-antigüedad.


En este pasaje de Teócrito, uno de los bucólicos griegos, datado entre el siglo IV y el III a.C., se sintetizan de forma clara los atributos que definían en primera instancia a esta diosa: “Luce, Luna, brillante: a ti, muy quedo, entonaré mis encantamientos, diosa, y a Hécate infernal, que hasta a los perros estremece cuando pasa entre los túmulos de los muertos y la obscura sangre. Salve, Hécate horrenda, asísteme hasta el fin en la preparación de estos bebedizos para que tengan la virtud de los de Circe, Medea y la rubia Perimede” (Idilios II, 10-17).


The Night of Enitharmon’s Joy o La triple Hécate. William Blake. 1794. London Tate Gallery.

Sin embargo, basta con rastrear otros testimonios para darnos cuenta de que no estamos ante una simple moradora de ultratumba a la que invocar para que los hechizos tengan éxito. Plutarco la considera una divinidad psicopompo: “Neftis representa lo que está bajo la tierra y no se ve; mientras que Isis representa lo que está sobre la tierra y se ve; y el círculo que separa lo uno de lo otro, llamado horizonte, común a ambos, recibe el nombre de Anubis y está representado por una forma semejante a la del perro, pues el perro puede ver por igual tanto durante la noche como durante el día. Y consideran los egipcios que esa facultad –que es como la que consideran los griegos que posee Hécate- la posee Anubis porque es tanto una deidad del mundo inferior como un dios del Olimpo” (44).


Hécate, Hermes y la multiplicidad


Esta movilidad entre ambos mundos estaba ya presente en el Himno homérico a Deméter. Hécate es la única que escucha los lamentos de Perséfone al ser raptada por Hades (23-28) y sale al encuentro de su desesperada madre para contárselo (53-59). Actúa así en plano de igualdad con Hermes, dios para el que no existe la inmovilidad, con él no hay nada permanente. Representa en el espacio y en el mundo humano el movimiento, el paso, el cambio de estado, las transiciones, los contactos entre elementos extraños. Hermes tiene su sede en la entrada de las ciudades, en las fronteras de los estados, en las encrucijadas, a lo largo de las carreteras, señalando el camino o sobre las tumbas[1]. Todos estos espacios donde podemos encontrar también a Hécate.


Hasta tal punto llegan a identificarse ambos dioses que en los Papyri Graecae Magicae se menciona a una figura de sexo ambiguo llamada “Hermécate”, concretamente en la práctica maléfica contra enemigos mediante la osirización de un gato, del papiro del Louvre 2391, fechado en la primera mitad del siglo IV d.C., donde se nos dice: “Te invoco, madre de todos los hombres, tú que reuniste los miembros de Meliuco y al propio Meliuco, orobastriaNebutosualet, tú que tiendes la red, diosa de los muertos, Hermes, Hécate, Hermes, Hermécateleth: amoumamoutermior; te conjuro a ti, el demon que ha sido evocado en este lugar, y a ti, el demon del gato convertido en espíritu; ven a mi lado en este día de hoy y en este mismo momento y hazme la obra…” (Papiro III, 43-53).


En el primer testimonio histórico que tenemos sobre Hécate, en la Teogonía de Hesíodo, ya la encontramos en compañía de Hermes, con quien puede favorecer la fecundidad del ganado (Teogonía, 442-448). Efectivamente, la luz de la luna, con la que Hécate se identifica, era considerada por autores como Plutarco como:“Benéfica para las crías de los animales y los retoños de las plantas, mientras que el sol, con su calor moderado y despiadado, hace que todo lo que crece y florece se caliente en exceso y se reseque” (Isis y Osiris, 41).


Luna llena. Allí se encontraba, según Plutarco, la “ensenada de Hécate”, “lugar donde las almas pagan las deudas y son compensadas por cuanto hayan sufrido o cometido tras convertirse en démones” (Moralia, 944c). Foto: Mario Agudo.

Ese poder fecundador de lo húmedo se relaciona con la multiplicidad y con el número tres en este otro fragmento: “Es costumbre que para significar lo múltiple se emplee el número tres, como cuando se dice: «tres veces feliz», y «triples eran sus inextricables lazos». A menos, desde luego, que los autores antiguos empleen la palabra «triple» en sentido estrictamente literal, porque la esencia de lo húmedo, que es principio que dio origen a todas las cosas, creó primero directamente los tres primeros elementos: la tierra, el aire y el fuego” (Isis y Osiris, 36).


Este testimonio sobre la multiplicidad resulta de gran interés porque nos permite conectar la representación triforme de la diosa con esta exaltación que de ella realiza Hesíodo: “Hécate, a la que el Crónida Zeus estimó por encima de todas y le dio como brillantes regalos participar de la tierra y del estéril mar, pero también obtuvo parte de la honra del estrellado cielo y es especialmente respetada por los inmortales dioses. En efecto, ahora, cada vez que alguno de los hombres sobre la tierra quiere atraerse el favor de los dioses, realizando hermosos sacrificios según la costumbre, suele invocar a Hécate. Mucha honra acompaña a aquel cuyas súplicas acepta benévola la diosa y le otorga, además, felicidad, puesto que tiene capacidad para ello” (412-421).


Hécate triforme portando parte de sus atributos. Stéphane Mallarmé, en Dieux Antiques: nouvelle mythologie illustrée (Paris, 1880).

Hécate, Asteria y la codorniz


Según el autor beocio, Hécate ejerce su poder sobre tierra, mar y cielo estrellado, algo que se deja entrever también en este Himno Órfico de Porfirio, en el que los atributos de la diosa de sintetizan de manera formidable: “Invoco a Hécate, protectora de los caminos, en las encrucijadas, grata, celeste, terrenal, marina, de azafranado peplo, sepulcral, y que se agita delirante entre las almas de los muertos; hija de Perses, amante de la soledad, que disfruta con los ciervos, noctámbula, protectora de los perros, invencible soberana que devora animales salvajes, sin ceñidor en su cintura, y con una figura irresistible; que se mueve entre los toros, dueña guardiana de todo el universo; conductora, joven guerrera, nutridora de jóvenes, montaraz. En conclusión, suplico que asista la doncella a los sagrados misterios, mostrándose propicia al boyero de corazón siempre alegre” (Himno Órfico a Hécate).


José Carlos Bermejo ha señalado que en la tradición hesiódica, Hécate procede de Asteria, que se metamorfoseó en codorniz para huir de Zeus. Por tanto tenemos aquí una pista interesante, ya que la madre de Hécate tiene la misma facultad de cambiar de forma que su hija. Pero no adopta una forma cualquiera, sino la forma de la codorniz, un ave estacional, que aparece con el sol y la primavera, es decir, con la luz, y que cuando se posa en tierra deja prácticamente de volar para caminar. Las codornices pueden viajar de noche y son capaces de comer cicuta y eléboro, tóxicos para el ser humano y vinculados con Hécate.


Es más, Hesíodo nos da cuenta de que Asteria era hija de Febe, una de las titánides descendientes de Gea y Urano, a la que llama “coronada de oro” (Teogonía, 136) y de la que dice que unida a Ceo, dio a luz también a Leto, “la de oscuro peplo” (Teogonía, 404-406), madre de Apolo y Artemis. Perses, el padre de Hécate, desciende de la rama del titán Crío, casado con Euribia, la del “ánimo de acero en sus entrañas”, hija de Gea y Ponto, el mar (Teogonía, 239, 375). Hécate aparece como descendiente de tierra, mar y cielo, elementos todos ellos en los que la diosa puede participar como regalo de Zeus (Teogonía, 412-414).


Hécate como titán y su protagonismo en los misterios


Pero su genealogía aporta un dato si cabe más interesante. Su pertenencia a la estirpe de los titanes puede arrojar luz sobre otra cuestión. Los titanes, una vez que fueron derrotados por los dioses olímpicos, fueron relegados al Tártaro, de donde brotan las raíces de la tierra, dominio de la noche, garganta inmensa semejante al Caos primordial y que, como él, posee el origen y los límites de todo lo que existe[2]. Esta condición podría explicar la habilidad de Hécate para descender al mundo de ultratumba y, lo que es más importante, la conecta con los poderes ctónicos.


En esta línea, Kingsley ha llamado la atención sobre la posible vinculación del relato de la muerte de Empédocles, del que la tradición más arraigada dice que se arrojó al Etna dejando tras de sí una sandalia de bronce, con las referencias a Hécate que aparecen tanto en el Papiro IV de París (2119-2124) como en una tablilla de Oxirrinco, en las que se atribuye a la diosa este símbolo. Kingsley deduce que esta versión de la muerte del filósofo es posiblemente la referencia a una iniciación mistérica en la que se ponen en relación el mundo de los infiernos (sandalia de bronce) con el fuego purificador (volcán). El autor enlaza a Empédocles con la tradición pitagórica y los misterios de Perséfone[3], con quien Hécate tenía una relación especial, tal y como nos dice el mencionado Himno Homérico a Deméter, ya que con ella compartía “alegrías” y “la precede y la sigue” (438-440).


Relieve de Eleusis con Deméter, Perséfone y Triptólemo.Museo Arqueológico de Atenas. Foto: Mario Agudo.

Como hemos visto, Hécate está presente en los misterios órficos (en la invocación precedente de Porfirio) y en los misterios de Perséfone, pero no son los únicos en los que encontramos a la diosa. Nono de Panópolis la sitúa también en los misterios de Samotracia, en los que dice que se celebraba a la “divina Hécate, que ama a los cachorros” (Dionisíacas III, 75-76), en “Cerinto, poblada por los insomnes Coribantes, y fundada por la renombrada Pérsida en el lugar donde se hallan los peñascos sagrados que visitan los iniciados de la Doncella, con sus antorchas[4]” (XIII, 400-403), donde el cábiro Alcón hacía girar su pica “en derredor del fuero del tíaso de Hécate” (XXIX, 214-215)y en el que se exclama:“¡Os saludo, antros de los Cábiros, y riscos de Coribantes! ¡Ya no veré la nocturna antorcha del tíaso de la madre Hécate!” (XLIV, 185-187).


Cerámica de figuras rojas atribuida al pintor de Perséfone. 440 a.C. Perséfone emerge del Hades con Hécate en presencia de Hermes y Deméter. The Metropolitan Museum of Art. MMA 28.57.23.- (ARV 1012, 1).

Tenemos, por tanto, a una diosa que, aunque vinculada con el mundo de la magia y la hechicería, aparece en las fuentes arcaicas relacionada con los poderes ctónicos, benefactora de los hombres, a los que asiste en el nacimiento y en la muerte –facultad por la que, según el comentarista Maurus Servius Honoratus, tenía tres cabezas: pasado, presente y futuro-, y que, por ello, ocupa un papel importante en algunos de los misterios de mayor popularidad en la Antigüedad. Hécate se revela así como una divinidad vinculada a la regeneración, en estrecha relación con Deméter y Perséfone, pero también con Hermes, Artemis y Apolo, estos dos últimos emparentados con ella a través de Febe. Una diosa, en definitiva, cuyo estudio requiere una profunda revisión


Bibliografía

  • Bermejo Barrera, J.C. (2001): “Hécate y Asteria: aspectos de la concepción del espacio en la Teogonía hesiódica”. Universidad de Santiago de Compostela y Universidad de Vigo.

  • Cirlot, J.E. (1997): “Diccionario de símbolos”. Siruela.

  • Hard, R. (2008): “El gran libro de la mitología griega”. La Esfera de los Libros.

  • Kingsley, P. (2008): “Filosofía antigua, misterios y magia”. Atalanta.

  • Vernant, J-P. (2013): “Mito y pensamiento en la Grecia antigua”. Ariel.


Notas

[1] VERNANT 1965, 137-139.

[2] VERNANT 2013, 204.

[3] KINGSLEY 2008, 311-326 y 382-383.

[4] La diosa Pérsida es Hécate, hija de Perses, y la Doncella es Perséfone.


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